El Clásico de las palabrasMartí PerarnauEl partido se juega ahora con palabras. Mejor dicho: primero se juega un partido de palabras y más tarde, pero sólo más tarde, un partido de fútbol. En el de las palabras participamos todos, amateurs y profesionales sin distinción pero con un hilo conductor: cada día que pasa las palabras crecen y engordan, como si la proximidad con el partido de verdad las anabolizase. El partido de las palabras nunca tiene un vencedor, pero acostumbra a sembrar el campo de perdedores: los que equivocaron el pronóstico; quienes engordaron demasiado los adjetivos y los que, de puro desenfreno, eligieron un mal día para abrir la boca. Las palabras siempre llevan una carga adherida: temor, bravuconería, soberbia u otros demonios. Los entornos periodísticos acumulan ya tres largos días alimentando el verbo fácil, disparado el crescendo hasta mañana, cuando el ruido será atronador y unos y otros se alzarán la voz para ver quién grita más, quién tiene la lengua más larga, eterno deporte nacional. Mientras tanto, la mayoría de futbolistas hará oídos sordos a tanta palabrería.
El Clásico es un partido de fútbol que genera frases felices, pero no por ello próximas a la realidad. Al fútbol, ya sabemos, le sobra grandilocuencia en general, pero a todos nos cuenta adoptar un perfil moderado y discreto, como si para sobrevivir precisáramos gritar más que el vecino, sin percatarnos que casi siempre unas pocas palabras sabias pesan más que todo el griterío unido. Quizá bastaría con decir que Barça y Madrid llegan al partido de verdad mucho más parejos de lo que quieren hacer ver los fabricantes de palabrería. El periodismo, principal culpable de tanto ruido vano, alza la voz pretendiendo ser el primero de clase a fuerza de gritar superioridades, prometer goleadas y exagerar diferencias, mientras el aficionado, por lo general más pragmático que el periodista, sabe perfectamente que el Barça no puede confiarse, que debe andarse con cuidado y respetar profundamente al Madrid, en tanto el aficionado merengue conoce a la perfección las debilidades de su equipo en construcción, de ahí el temor fundado y reverencial hacia Xavi, Iniesta y la máquina blaugrana.
Como el periodismo actual ha dejado de ser periodismo para transformarse en espectáculo vocinglero, en forofismo perfumado de tinta, la realidad acostumbra a dejarnos en mal lugar, pues el partido de las palabras casi nunca tiene que ver con el de verdad. Así que semejante certidumbre debería obligarnos a ser prudentes ante tanto exceso verbal y pronosticar que, probablemente, no ocurrirá casi nada de lo prometido estos días salvo que el Barça se mostrará respetuoso, ofensivo y ambicioso y el Madrid, aguerrido, fortificado y punzante.
FUENTE: www.sport.es