rec_69
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« Responder #5 en: 20/08/05, 14:46:06 pm » |
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Ala ahi va un pequeño texto sobre esta maquinita:
Roland TB-303 Bassline. Historia de un gigante ácido.
Por rocambolesco que pueda parecer a veces la historia del arte es, en buena parte, la historia de la tecnología en la que el arte se apoya. Y esta afirmación se puede aplicar tanto a la pintura como a la arquitectura o la música. Y más todavía, cuando hablamos de música electrónica: un género indisolublemente unido a la técnica y a sus adelantos, hasta el punto que a menudo, un estilo o un sonido concreto se fundamenta en un de estos adelantos. Éste es el caso del acid, un género crucial en el desarrollo de la música de baile, con una relación más que directa con una máquina, el sintetizador de bajos TB-303 Bassline ideado por Tadao Kikumoto, que Roland introdujo en el mercado a principios de 1982. O lo que es lo mismo, hace veinte años. Dos décadas de altibajos que arrancan con una estrepitosa quiebra comercial causada por lo que el público quiso ver como un error garrafal del aparato. Nadie supo ni quiso entender los sonidos agudos y distorsionados que la cajita plateada de Roland, “marketizada” como un sintetizador de bajos para acompañar los ritmos de la TR-606, emitía cada vez que el usuario trataba de mover los parámetros del sonido. Dieciocho meses después de su nacimiento, la producción de la TB-303 se interrumpía para siempre. Fue entonces cuando las 20.000 Basslines que la empresa japonesa había fabricado pasaron al olvido, al trastero o a las tiendas de segunda mano de medio mundo, donde acumularon polvo hasta que, fruto del azar, tres chicos de los barrios bajos de Chicago decidieron rescatarla.
Corría el año 87 y DJ Pierre y sus amigos (Phuture) acababan de encontrar una mina de oro entre los botones y los controles de un aparato comercialmente hundido, que de repente adquiría el papel protagonista en un estilo que ellos mismos bautizaron como “acid”. Cosas de la vida, cuando el pegadizo sonido de Chicago traspasó las fronteras del gueto para tomar visos de fenómeno internacional –¿os suena el “verano del amor”? - los precios del cacharro que inicialmente costaba alrededor de sesenta Euros, aumentó de manera espectacular en el mercado de segunda mano, hasta llegar a cifras verdaderamente desorbitadas. Un auténtico quebradero de cabeza para Roland, que tardó prácticamente una década al reaccionar y comercializar un emulador supuestamente mejorado, la famosa MC-303 Groovebox, que pese a las buenas intenciones del gigante electrónico nipón, nunca ha llegado a disfrutar del mismo estatus que la máquina original.
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