Guardiola, sin comerlo ni beberlo, se ha convertido en el enemigo público número uno de unos tipos que han confundido sus deseos con la realidad y la Facultad del Euro con la Facultad del Periodismo. Es víctima de asesinos, a sueldo, de reputaciones. No importa que sea el entrenador que haya ganado todo lo que se puede ganar en su primera temporada. Tampoco que tenga una conducta ejemplar. Y por supuesto, no puntúa que sea el técnico que más y mejor labor está desarrollando con la cantera. A Guardiola se le imputa una presunta falsa modestia. Y eso, a los apóstoles del Comité de Actividades Anti-Guardiola, les pone peor cuerpo que a la niña de "El Exorcista" cuando bajaba las escaleras a cuatro patas. Según esta versión periodística que supera los límites del mal gusto, Pep mea colonia y de su uretra privilegiada sale una lluvia dorada que le confiere dotes de "hare krishna", repartiendo doctrina pandereta en mano. Guardiola, que también se equivoca, se ha equivocado y se equivocará porque no es Dios ni es infalible, despierta los sentimientos más bajos de un periodismo poco acostumbrado a la relfexión. No hay tregua con Pep. Lleva puesta una careta, no es un tío auténtico, es sibilino y es más falso que un euro de madera. Se llama "Guardiolafobia". La penúltima contra Guardiola, que debió de ser el que se inventó que había bombas de destrucción masiva en Irak, rebasa los límites de lo vergonzoso.
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